Por: Cristian Valverde
Y fue en esa noche que su cuerpo descendió a la tierra. Su pecho aún mostraba la huella de aquella bala que terminó con todo, sus brazos y piernas aún tenían las heridas de lo que fue un combate de vida o muerte y su rostro aún tenía la sonrisa y mostraba esa paz interna con la cual abandonó este mundo. La tierra mojada por la lluvia incesante que ocultaba las lágrimas de todos los presentes caía sobre su ataúd mientras el sacerdote decía sus plegarias. Todos vestidos de negro y con una enorme pena en su corazón venían a darle la despedida a aquél que fue su amigo, su hijo, su nieto, su sobrino, su primo, su ahijado, o su pareja. Ninguno de sus familiares o amigos jamás olvidarán ese día y menos aún la causa de su muerte, ¿cómo podrían?, si gracias a su sacrificio todos siguen respirando y siguen en este mundo vivos y sanos. La razón de su muerte es simple, amor. Amor por aquellos que fueron sus amigos, amor por aquellos que le dieron la vida, amor por aquellos con quien compartió cada segundo de su vida, amor por aquella a quien le entregó su corazón, todo el amor que sintió hacia ellos fue suficiente razón para que él eligiera su propia muerte.
Todo empezó en la noche de la graduación, día por el cual él esperó con tantas ansias, día en el que vería una de sus más esperadas metas volverse realidad. Cada uno daba su propio discurso de agradecimiento a sus padres y a sus profesores por el honor de haberse podido graduar. Cada uno estaba contento y lleno de orgullo al recibir el diploma de graduación. Sin embargo, él era el más alegre entre todos y lo demostró en su discurso. Tanta fue su alegría que unas cuantas lágrimas salieron, bajaron por sus mejillas esa noche. Se podía notar la felicidad que invadía el rostro de sus padres al mostrarles su diploma. Después de ese evento, le siguió una fiesta, una fiesta a la cual todos estaban invitados, incluso los padres. Todos hablaban, bailaban y gozaban en la fiesta, pero él fue el único que decidió salir un momento a tomar aire fresco y a meditar unas cosas pendientes. Algunos salieron a acompañarlo, pero él insistió en que quería estar solo por unos minutos y que luego volvería a la fiesta y se integraría. Sin embargo, nada podría prepararlo para lo que iba a suceder minutos después.
Era la noche más especial para él, no sólo porque se graduó, sino porque guardaba en su bolsillo derecho un anillo que le entregaría a su novia a las doce en punto de la noche, un anillo que lo uniría a él y a la mujer con quien encontró felicidad, paz y amor. Los nervios se apoderaban de él a diez minutos de ser la medianoche, y con una sonrisa en su rostro y una corta risa dijo que esta noche sería su noche, una noche que marcará su vida siempre. Y así, se acercó lentamente a la puerta principal y esperó en un lado de la pared, esperó escondido a la señal de su mejor amigo, quien habría preparado a su novia para la sorpresa que le tenían. Pero, a pesar de ver la señal él nunca entró.
Al ver la señal de su amigo, por alguna razón él respiró profundamente y volteó su mirada hacia arriba y luego hacia su derecha. Mientras su amigo volvía a la fiesta, y todos los presentes estaban disfrutando a su manera. Todos estaban en la pista de baile o sentados en las mesas de modo que nadie quedara cerca de la puerta principal y de pronto él realiza su entrada a medianoche, se acerca donde su novia y le pide de rodillas su mano en matrimonio. Ese era su plan, así se suponía que debía de ser la sorpresa que él había preparado para su tan especial noche. El había preparado toda la sorpresa y esperaba que todo fuese perfecto por una sola noche.
Minuto a minuto se acercaba la medianoche y de repente se apagaron todas las luces y la música se detuvo por completo. Todo salía de acuerdo a su plan, todo era perfecto, por una sola noche todo era perfecto, ahora solo faltaba esperar a que él hiciera su entrada para que las luces vuelvan a encenderse. Sin embargo, a tres minutos de la medianoche lo único que se pudo escuchar fueron dos balazos disparados casi al unísono, tan sólo con décimas de segundos de diferencia. Todos reaccionaron nerviosos y asustados. Todos se paralizaron mientras una persona con una herida en su pecho caminaba agonizando entre las sombras hacia la puerta principal. Entonces encendieron las luces y aunque se reveló la identidad de esa persona, todos se negaban a creer que fuese él. Sus padres, los primeros que corrieron hacia él y le preguntaban con desesperación y angustia qué había pasado. El sólo les sonrió y luego cayó al suelo ya sin fuerzas. Quisieron llamar a una ambulancia, pero él se negó rotundamente. Decía que su herida era terminal y que sabía que no sobreviviría, así que no quería que gastara por alguien que ya estaba condenado a morir.
El solo decidió recostarse y aprovechar sus últimos momentos de vida. Decía que nunca se hubiese perdonado a sí mismo si permitía que ese hombre armado entrara a la fiesta. El tiempo pasó y sus últimos minutos fueron consumidos. Y con sus últimas fuerzas, sólo sonrió y miró a todos por última vez mientras su vida se le escapaba de las manos y cerraba sus parpados. Su corazón se detuvo y su cuerpo dejó de reaccionar. Murió cinco minutos después de la medianoche. Testigos aseguran haber visto a un hombre peligrosamente armado dirigirse hacia la fiesta. Dicen que ese hombre era un asesino en serie y que disfrutaba asesinando personas, dicen que esa noche su objetivo eran los recién graduados. Pero no pudo ingresar porque un chico se interpuso en su camino y al darse cuenta de las intenciones del asesino luchó contra él y en el forcejeo le arrebató una pistola. Dicen que los dos se apuntaron el uno al otro con una pistola y que antes de disparar, el asesino dijo que todos morirían hoy, a lo que el chico respondió “los protegeré con mi vida”. Dicho eso ambos dispararon, y la bala del asesino impactó en el pecho del chico, y la bala del chico impactó en la frente del asesino, poniendo fin a su vida instantáneamente.
Sin embargo, antes que él muriera pudo decir unas últimas palabras. Miró a todos y les dio las gracias. A sus profesores les dio las gracias por haberle enseñado bien y por enseñarle no solo materias sino por enseñarle a ser quien es ahora. A sus padres dio las gracias por traerlo a este maravilloso mundo y por haberlo criado con amor y cariño. Al resto de sus familiares dio las gracias por acompañarlo siempre y por estar cuando sus padres no pudieron. A sus amigos y amigas dio las gracias por permitir que él entre en sus vidas y por entregarle su valioso tiempo para conocerlos y amarlos. Miró su reloj y era la medianoche, así que pidió que su novia se acercara y le sacó de su bolsillo derecho el anillo, él sonreía mientras le daba las gracias a ella por enseñarle qué se siente estar enamorado de alguien. Y antes de partir, pidió que alguien más se acercara. Llamó a su mejor amigo y el sonriente y en tono de broma le dijo “acércate maldito, te he conocido desde que estaba en noveno y desde entonces has sido mi mejor amigo, tantas aventuras que vivimos no las olvidaré nunca, espero algún día le cuentes a tus nietos todas nuestras historias para que se rían un poco, gracias por todo amigo”. Esas fueron sus últimas palabras, lo recuerdo muy bien como si hubiese sido ayer, eso fue lo último que me dijo antes de morir. Todos lo conocían y lo llamaban por su apellido, Valverde. Él fue, es y será mi mejor amigo siempre y aún con los sesenta años que tengo lo sigo recordando. Bueno mis queridos nietos, ya les conté una historia más de mi infancia como me pidieron, ahora sí vayan a dormir.
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